viernes, 22 de agosto de 2008

Ya con la taza vacía.

La voz vieja y desgastada. Con el corazón casi como una piedra. En la quietud de una tarde, como en la soledad de los recuerdos que a poco son olvido. Así recordaba sus palabras. Como con quejas, como no queriendo escuchar por no retornar sobre sus pasos. Supuso que era así como pasaría.

Se levantó y abandonó la misma mesa del café donde se conocieron por primera vez. Aún tenía presente el recuerdo de aquella noche en que supo descubrir su mirada entre la gente.




Recordaba que llevaba ahí toda la tarde, sentado, pensando sobre un taburete oscuro junto con su taza manchada, contemplando a la gente al entrar. Era algo que acostumbraba a hacer todos los sábados cuando no había descansado la noche anterior. Levantó la frente y creyó verla, apoyada en la puerta, como quien yace a la espera del olvido. Aún conservaba su sonrisa de tres dientes cuando ojeaba las páginas que la trasportaban hasta dejarla ausente. El contraste de la mañana inundando la entrada le cegó por un momento. Fue entonces cuando supo que su ausencia lo había matado.

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