domingo, 31 de agosto de 2008

Descubriendo.

Lunch on a skyscraper, 1932, Charles Ebbets.

Y se encontraba ausente por no encontrar tu mirada. Ausente por no poder escuchar tu voz, ni poder leer tus palabras.

Seguir descubriéndote, seguir caminando, a cámara lenta, como quien juega a imitar a un robot, o como el adulto que lo observa, alegre, divertido. Conociéndote y reconociéndose. Leyéndote en el periódico, agarrándote y anudándote, concatenado a la novedad -ahora ausente- de tu sonrisa.

Queriéndose mejorar, para poder estar cerca de las líneas amasadas con tus manos. Pensando cómo olvidaría si hubiese que hacerlo por encontrarse fuera del escenario. Como un mantel sin migas, durante sólo una décima de segundo, como quien no bate el récord del mundo por verse atragantado y ya no sabe contra quién lucha. Como quien a punto de coronar, sufre un ataque de vértigo. Como un soldado que no ha probado la sal de mar y descubre en la encrucijada el miedo a la victoria.

Se encontraba como ausente entre una inmensidad lograda de una semilla de recreo en una bandeja de plata, camuflada entre el silencio que recreaba, mientras hacía del mundo un sueño interrumpido por un golpe de suerte.

sábado, 30 de agosto de 2008

Vuelve!

viernes, 22 de agosto de 2008

Ya con la taza vacía.

La voz vieja y desgastada. Con el corazón casi como una piedra. En la quietud de una tarde, como en la soledad de los recuerdos que a poco son olvido. Así recordaba sus palabras. Como con quejas, como no queriendo escuchar por no retornar sobre sus pasos. Supuso que era así como pasaría.

Se levantó y abandonó la misma mesa del café donde se conocieron por primera vez. Aún tenía presente el recuerdo de aquella noche en que supo descubrir su mirada entre la gente.




Recordaba que llevaba ahí toda la tarde, sentado, pensando sobre un taburete oscuro junto con su taza manchada, contemplando a la gente al entrar. Era algo que acostumbraba a hacer todos los sábados cuando no había descansado la noche anterior. Levantó la frente y creyó verla, apoyada en la puerta, como quien yace a la espera del olvido. Aún conservaba su sonrisa de tres dientes cuando ojeaba las páginas que la trasportaban hasta dejarla ausente. El contraste de la mañana inundando la entrada le cegó por un momento. Fue entonces cuando supo que su ausencia lo había matado.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Como quien da un refresco.

Me detengo en las miradas,
me escapo detrás.
Son como bandadas de grises palomas;
azules, rojas, de todos los colores.
Sólo busco refrescar estos calores.
Me detengo en las miradas.

Con los ojos que me miran
me puedo escapar,
sólo busco fijar esos vivos momentos.
Miradas limpias o pálidas miradas,
sólo busco alegrarme la mañana.

Te confieso que no atino
a encontrar la calma;
nada ansío más,
y es lo que menos tengo.

Se va el alma silenciosa
por la ventana,
detrás de algunos ojos azul sediento.
¡Ay! del que se enamora hasta en un desierto.
Dame descanso
como quien da un refresco.

Tu mirada vuela;
vuela, calma, vuela.
En las calles es una flecha
que alivia el tiempo de los poetas.

Me detengo en las miradas,
me escapo detrás.
Busco en ese mar de miradas perdidas;
azules, verdes, de todos los colores.
Son tan libres como libres son los hombres.
Me detengo en las miradas.

Que el amanecer me encuentra
siempre despierto,
que me desvela el hambre que de ti tengo.
Se va el alma silenciosa por la ventana,
se va detrás del lucero de la mañana.
Dame descanso como quien da un cigarro.

Tu mirada vuela;
vuela negra, vuela.
En las calles es una flecha
que alivia el tiempo de los poetas.

Tu mirada vuela;
vuela negra, vuela.
Es la flecha que hiere el tiempo,
que lo detiene, que lo hace espeso,
que lo detiene, que lo hace eterno.
Tu mirada.



Como quien da un refresco.
Manolo García (Arena en los bolsillos).

martes, 5 de agosto de 2008

Silencio, lo oyes?

Todo parecía haber enmudecido. Quizás fuera sólo una apariencia, pero el silencio que se escuchaba parecía algo más que silencio. Fue creciendo poco a poco. Primero fueron las voces que se callaron. Luego fue la música propia de la naturaleza. Callaron las alondras, los pinzones y los gorriones. Les siguieron unos gatos hambrientos que maullaban al son de unos tacones que se alejaban. La lluvia dejó de caer y al poco, silenció su voz el viento. Todo estaba entonces en calma. Permaneció un instante inmóvil por no romper él la calma. Disfrutó unos segundos, casi llegó al minuto antes de que su torpe garganta carraspease. Entonces conoció la grandeza de aquella ausencia no soñada que traería consigo la calma mientras no fuera ni tan siquiera él quien la ahuyentase.



Todo parecía haber enmudecido y fue así como aprendió a escuchar lo que realmente merecía ser escuchado.