viernes, 24 de abril de 2009

El Arriero.

En las arenas bailan los remolinos
el sol juega en el brillo del pedregal
y prendido a la magia de los caminos
el arriero va... el arriero va...


Es bandera de niebla su poncho al viento
lo saludan las flautas del pajonal
y guapeando la senda por esos cerros,
el arriero va... el arriero va...


Las penas y las vaquitas,
se van por la misma senda;
Las penas y las vaquitas,
se van por la misma senda;
las penas son de nosotros
las vaquitas son ajenas
las penas son de nosotros
las vaquitas son ajenas.


Un degüeyo de soles muestra la tarde,
se han dormido las luces del pedregal,
y animando a la tropa, dale que dale
el arriero va, el arriero va...


Ojalá que la noche traiga recuerdos,
que haga menos pesada la soledad,
como sombra en la sombra por esos cerros,
el arriero va, el arriero va...


Las penas y las vaquitas,
se van por la misma senda;
Las penas y las vaquitas,
se van por la misma senda;
las penas son de nosotros
las vaquitas son ajenas
las penas son de nosotros
las vaquitas son ajenas.


Y prendido la magia de los caminos,
el arriero va, el arriero .... va...

El arriero. Andrés Calamaro (El Cantante, 2004).

domingo, 19 de abril de 2009

Lo que fuimos.

Pasábamos las tardes hablando y jugando al mus mientras los mayores hablaban de lo bien o mal que pintaban los tiempos, de lo fácil que hubiera sido ganar aquella mano o apostando por el pleno al quince que se avecinaba esta semana y que cada domingo -este sí-, les haría ricos a cada uno de ellos. O al menos era eso lo que aseguraban sin dudarlo cada uno y sin haber alcanzado a jubilarse nunca, pero con la misma ilusión de siempre, cada semana, ante la llamada de un éxito tan seguro como próximo.


Los muchachos y yo no es que lo pasáramos bien, simplemente pasábamos las tardes. Cuando íbamos a bailar era distinto. Entonces ya no éramos parejas enfrentadas con los piques de siempre, sino una única masa que se divertía bailando un rato mientras cansaban sus cuerpos universitarios resabiados a base de convocatorias que no se acababan de agotar, mientras cantaban la canción de moda, con una sola copa por noche -muchos días ni eso-, a fin de que alcanzaran los durillos para poder ver la champions también reunidos aguantando los dientes cada primavera. Los que éramos del Madrid vivíamos esas eliminatorias con especial intensidad. Nunca terminábamos de conquistar la séptima. Años más tarde, poco después del noventa y ocho, Héctor -acérrimo atlético con cada una de las connotaciones que ello conlleva-, aseguró que el padre de un colega de la facultad, era juez de no sé qué estamento federativo y le había dicho entre copas en la sobremesa un domingo, que ahí decidían quién ganaría la liga, la copa y demás competiciones nacionales. Que en Europa era distinto, que ahí era más complicado porque lo decidía otro comité. Decía que fue unos años antes y le había dado los nombres de ese año. Sólo falló en el campeón de Champios que perdió la final, era excusable, lo decidían otros.


Con el tiempo y la escasa e imprescindible experiencia que uno puede llegar a acumular en unos pocos años más, uno cae en la cuenta de todo lo que valoramos la pela. Mucho más incluso, que cuando cualquiera de los muchachos alargábamos la copa hasta no dejar ni un hielo con la esperanza de poder dar un último trago justo después de acabar con el solitario piti que quedaba en la guerrera gris.


Templo de Debod. Madrid. Erigido bajo el rey egipcio Ptolomeo IV Filópator hacia 200-180 a. C.

sábado, 11 de abril de 2009

En la sombra.


Ofelia, 1852. John Everett Millais.
Soy sembrador de palabras prohibitivas. Vivo sembrando sombras y viendo cómo caen gigantes. Vivo de tu sonrisa y siembro siempre a largo plazo. No duermo sin regar antes, ni siembro si tú estás dormida. Aro para preparar la tierra que aún se encuentra en sombra y un día -cuando no lo esperen-, pueda ser su fruto el que me de cobijo.

La gota que hoy cae de la frente, será alimento ensombrecido, que un día sin que lo merezca, sea riego de la esperanza ya perdida. Y cuando creas que te he olvidado, recuerda que siempre siembro a largo plazo. Olvida ya esos cantos de trompeta y regresa con tu farola encendida. Alúmbrate ese rostro cautivo para que sepan todos cuál es su camino.

lunes, 6 de abril de 2009

El último gran gladiador.

Jugar con fuego. Honestidad Brutal, disco 1. Andrés Calamaro 1999.

miércoles, 1 de abril de 2009

Levedad en Madrid.

Ven a mi Madrid. Ven con tus calles. Ven con tus sombras. Ven a mi Madrid.

No olvides tus farolas negras. Ni tu silencio siempre ausente, ni tus claros atardeceres de aquellos lentos veranos que aún retengo en mi retina.

Ven a mi Madrid, no me abandones.

Ven ahora que te necesito. Ven y no vuelvas a dejarme. Porque te añoro y no consigo olvidarte.
Porque necesito tu tensa mirada fija en los cafés ahumados de tus barrios. Porque te siento tan cerca...

Ven. Tampoco olvides los escalones grises que te multiplican bajo el suelo. Ni el oscuro cielo que te tiñe bajo la noche -no, no me prives de él-. Traéte tu duro asfalto que cubre la tierra que otros pisaron. Trae tu humo denso de la ciudad y tus aires de jardines y la fresca y suave brisa de tu sierra.

Ven a mi, Madrid, no me abandones. Ven y muéstrate a mí, tal como eres.




Cúpula de Príncipe Pío. Zerepican 2008.