jueves, 26 de julio de 2007

Exposiciones en Madrid.

Un par de visitas obligadas para este verano en que estamos.
Hasta el 3 de septiembre en MNCARS (C/ Santa Isabel, 52): LE CORBUSIER, UN UNIVERSO POLIÉDRICO.

Le Corbusier, MANO ABIERTA


Hasta el 8 de septiembre en la Galería Malborough (C/ Orfila, 5): SUMER SHOW. SOBRE EL HUMOR. MADOZ, BACON, GORDILLO, VALDÉS, LEIRO...


Chema Madoz, Sin título (Clave de sol y aguja)

lunes, 16 de julio de 2007

Sueños que se escuchan. La espera.


«No estoy preparado». Son palabras duras cuando las escuchas. Escuchar un «no estoy preparado» conlleva ver romperse una ilusión, quizá un proyecto, un deseo que ahora era algo más que un deseo. «No estoy preparado». Son palabras duras cuando las pronuncias porque conllevan romper una ilusión, quizá un proyecto, un deseo que un día fue un algo en común.


«No estoy preparado». No son más que tres palabras, dichosas, que forman una frase -como tantas-. Ilusiones, proyectos, deseos; son mucho más que palabras, forman más que frases que se pronuncian o que se escuchan. Es algo que se sueña, que se espera o que se espera tener. Soñar es gratis, no cuesta. Esperar, sin embargo tiene en sí mismo un coste de oportunidad. Esperar tener, es una mezcla de un sueño que se espera o de una espera soñada.


«No estoy preparado» es una frase que atormenta, si no se espera y que entristece cuando se sueña. Sueña que esperas tener proyectos, que deseas soñar y al tiempo escuchar cómo se rompe en tu cabeza la espera a pronunciar un «no estoy preparado». Es algo más que algo triste que se sueña.


«No estoy preparado», no es más que un juicio de valor que se pretende, si no se tiene; que se sueña, si no se espera; y que atormenta, si no ilusiona.


Cómo decir que es algo más que un problema cuando se escucha, cuando se tiene y cuando se sueña a la vez, y no se sabe si es cierto aquello que se tiene o que se sueña y que proyecta una ilusión. Cómo decir sin que se mezclen los deseos e ilusiones, sin que se escuche que se pronuncia, o sin romper lo que sonó a dicho y que te duele que te atormente.
Foto: E.S. Dalí, Muchacha en la ventana

viernes, 13 de julio de 2007

Aquel maravilloso mundo.


Era otro mundo el que me retuvo. Estaba encerrado en él y por eso no llegué a verte. Era un mundo feliz o quizá triste, pero era distinto y eso me mantenía en él. Pasaba las páginas, inmerso, necesitaba saber. Gabriel volvía de nuevo. No miraba atrás. Yo sabía que lo conseguiría y volvería con Inés. Sabía que todo era verdadero y que se lo demostraría también a ella, como a mí ya me lo mostró.

Pasaban los segundos, los minutos. Una estación y otra. Ya no levantaba la vista para ver dónde me encontraba. No me importaba, sólo quería seguir aquel mundo donde yo podría ser -por qué no- el mismísimo protagonista.

Segundos por línea, milésimas por palabras que alimentaban la imaginación y nutrían mi hambriento cerebro, de aventuras insospechadas. Era un apoteosis que me endiosaba, me esperanzaba, me daba alas y me movía. Me movía los dedos que -tras humedecerse en la boca-, pasaban de escena en escena. Movían mis labios con sonrisas cómplices, cuanto querían. Movían mi tiempo que terco, no quería dejar de caminar. Movía en fin, mi vida. Mi vida en el metro dónde -leyendo-, me dejaba sin verte a ti, compañero de viaje.