viernes, 13 de julio de 2007

Aquel maravilloso mundo.


Era otro mundo el que me retuvo. Estaba encerrado en él y por eso no llegué a verte. Era un mundo feliz o quizá triste, pero era distinto y eso me mantenía en él. Pasaba las páginas, inmerso, necesitaba saber. Gabriel volvía de nuevo. No miraba atrás. Yo sabía que lo conseguiría y volvería con Inés. Sabía que todo era verdadero y que se lo demostraría también a ella, como a mí ya me lo mostró.

Pasaban los segundos, los minutos. Una estación y otra. Ya no levantaba la vista para ver dónde me encontraba. No me importaba, sólo quería seguir aquel mundo donde yo podría ser -por qué no- el mismísimo protagonista.

Segundos por línea, milésimas por palabras que alimentaban la imaginación y nutrían mi hambriento cerebro, de aventuras insospechadas. Era un apoteosis que me endiosaba, me esperanzaba, me daba alas y me movía. Me movía los dedos que -tras humedecerse en la boca-, pasaban de escena en escena. Movían mis labios con sonrisas cómplices, cuanto querían. Movían mi tiempo que terco, no quería dejar de caminar. Movía en fin, mi vida. Mi vida en el metro dónde -leyendo-, me dejaba sin verte a ti, compañero de viaje.


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