miércoles, 12 de noviembre de 2008

Palabras en el olvido.


Caspar David Friedrich, Window looking over the park (1810 -1811).


A pesar de todo seguiré escribiendo a la espera. A la espera, al olvido y a la noche fría que sí espera. Y mientras sigan fluyendo palabras, sabré que aún espero. Aunque sea un último aliento, aunque sea sólo un suspiro, será que seguiré estando vivo.

Miro el papel y veo letras nuevas. Miro la tinta -aún fresca- y la arrastro con un dedo. Queda la marca violenta de una palabra llorosa y triste que balbucea. Balbucea y queda a la espera de que la leas y quieras saber por qué está triste si junto a ella hay un verbo que la da vida y un adjetivo que la presenta. Si tiene un determinante que nos explica que la acompaña y la dignifica. ¿Acaso no sabe vivir lo que tiene, disfrutar de su esencia, compartir su existencia? Quizás no sepa su significado y sólo mire su sombra, afectada. Sombra que el dedo dejó, marcándola para siempre y olvidando que fue escrita ahí para que alguien la lea y no olvide un recado o memorice una frase, quizás un poema. Olvidando que provocará alegría o angustia por culpa de un malentendido. Que será el sujeto de una frase de amor o de una carta de despedida. Que después de leerla quizás alguien suspire, otros sonrían o quizá olviden. Puede que sea cierto que está triste. Puede que sea cierto que nunca sabrá por qué fue escrita, incluso puede que nadie la lea. Pero aún será cierta su permanencia y su recado. Será reflejo de una mano, de un pensamiento.

3 comentarios:

Cristina dijo...

En definitiva, leer -especialmente leer literatura- es hablar. Hablar con los muertos. Porque eran unos muertos con una vida tan intensa, tan profunda... que dejaron esas manchas de tinta en forma de testamento hablado, como si la vida les diera para poco. Es bueno escribir, pero es mejor agotar todas los modos de comunicación para luego dejar a la literatura aquello que nadie comprende, o aquello que se comprende, pero que es lo que muchos no han tenido la oportunidad de escuchar.

Anónimo dijo...

Pues para mí escribir, al igual que pensar, es no vivir. Desgraciadamente hay muchos a los que nos encanta ese no vivir y dedicamos amplias horas a escribir o bien porque lo necesitamos o bien porque simplemente sentimos ese cosquilleo en nuestro interior que nos impulsa a coger la pluma.

Sin embargo, no sé cómo lo hago, pero cada vez que escribo, siento una necesidad imperiosa de vivir, de dejar el papel y la pluma, y dedicarme a pasear, oler el viento, sentir el sol y ver a los niños correr.

He ahí la magia de las letras, y la paradoja!

;-) Buenos días!
Dani

Zerepica_n dijo...

Cristina, me quedo con eso que dices, salu2

Vivir, pasear, oler el viento...
Gracias Dani, un abrazo,